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Una ayuda no solicitada no sólo no ayuda sino que perjudica.

D.D. JACKSON.

 

“Si tu quieres, podrás quedarte en casa toda tu vida…”. El matrimonio formado por Paul y Edith Guetz nunca imaginó hasta qué punto esta declaración de amor a su retoño recién llegado al mundo tendría carácter profético. 28 años más tarde, su hijo todavía vive en la casa de sus padres, se encuentra a sus anchas y continúa con sus estudios eternos. Un día anuncia que va a retrasar un año más su salida de la casa y los Guetz explotan. Por lo que Edith y su marido Paul deciden empezar a hacer la vida imposible a su propio hijo al que califican de egoísta, caprichoso, malcriado, gorrón, mentiroso, aunque encantador.

El modelo familiar anterior que pertenece a la película francesa Tanguy: ¿Qué hacemos con el niño? (2001), es una parodia a las familias demasiado protectoras que toma forma en la vida real implantándose como un virus en nuestra sociedad. Consiste en sustituirse por los hijos considerados frágiles, produce hijos que no quieren crecer ni responsabilizarse, que creen tener derecho a todo por el simple hecho de respirar, los castigos no existen y los premios se entregan sin merecerlos.

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Los padres hiperprotectores viven en continua tensión porque están obsesionados con la salud y la felicidad de sus hijos, tienen organizada de manera milimétrica sus vidas y se agobian ante el más mínimo desliz. Cubren al hijo de atenciones afectivas para evitarle disgustos y riesgos, creando en torno a ellos una zona segura que les protege de una realidad que es vivida como no controlable y peligrosa.

Actuando de esta manera los padres transforman la curiosidad normal de un niño de explorar en aprensión y miedo, y se les lanza un mensaje que reiterado es dañino: “te ayudo porque tu solo no eres capaz”, consiguiendo retrasar y bloquear su recorrido natural y evolutivo.

Sabemos que la autoestima se conquista a través de la experiencia y no puede ser donada por los demás. Jean Piaget, en su obra La construcción de lo real en el niño (1934), demuestra que el niño solo aprende a conocer el mundo y sus propias capacidades a través de sus acciones y sus consecuencias, por tanto la experimentación de obstáculos superados le dará confianza en sus propios recursos y le ayudará a lograr un equilibrio psicológico.

Cuando los padres continuamente suplen al niño en las tareas difíciles y le dicen lo buenos que son en tal cosa y tal otra generan una autoestima vacía. Los hijos cuando se expongan probaran su fracaso porque les faltarán recursos al ser constantemente apoyados por sus padres.

Otra manera de hiperproteger a los hijos es sustituirles y hacer las cosas en su lugar, eliminando sus dificultades por temor a que fracasen. Así los padres se convierten en cómplices al retrasar su salida a las responsabilidades, creando hijos inseguros de sí mismos y de sus propias capacidades.

Como consecuencia de la sobreprotección los hijos frecuentemente renuncian a tener el control de sus vidas, no quieren irse de casa ya sea porque se sienten en deuda por todo lo que han hecho sus padres por ellos como por su propia incapacidad de afrontar la vida. Su talento se atrofia a la par que su confianza en sus capacidades porque no la ponen a prueba, observándose en la adolescencia toda una serie de problemas psicológicos porque no logran asumir riesgos ni responsabilidades. Frente a un obstáculo o se rinden o intentan evitarlo, y la respuesta de los padres suele ser ayudarles más.

En algunas ocasiones, los hijos se rebelan ante este proteccionismo y empiezan a mentir, a esquivar a sus padres, no contestan el teléfono cuando salen, no cruzan palabra. Cuanto más preguntan los padres, menos contarán ellos. Cuanto más intentan limitar su libertad, más se alejaran los hijos, pudiendo llegar a conductas agresivas. Aunque el tema de los adolescentes violentos se tratara en otro artículo, me gustaría subrayar que se debe aplicar una tolerancia “0” ante estos comportamientos, el psicólogo podrá ayudarte a través de directrices rigurosas y flexibles.

El amor excesivo puede sembrar la patología.

¿Cómo podemos cambiar este modelo familiar una vez que lo hemos instaurado? El trabajo psicoterapéutico se focalizará sobre los padres dándoles instrucciones precisas de cómo actuar con sus hijos. La estrategia principal será “lanzar el ladrillo para obtener el jade”.

Esta antigua estratagema china sugiere la posibilidad de obtener mucho del adversario ofreciéndole poco. El objetivo es obtener el jade, la piedra preciosa, y el medio para conseguirlo es lanzando un ladrillo.

En el ámbito educativo esta estratagema se aplicaría iniciando, por parte de los padres, pequeños boicots voluntarios en las acciones protectoras. Por ejemplo olvidar hacer esas fotocopias tan importantes, olvidar dejarles el dinero del almuerzo, cometer pequeños errores pidiendo disculpas seguidamente por el despiste, para continuar cometiendo pequeños errores sistemáticos. Ante esto los hijos acaban tomando por tontos a los padres y empiezan a pensar que no pueden contar con ellos como antes, empezando a asumir pequeñas responsabilidades.

Además será importante aprender a dejar de intervenir y facilitarles la vida, a observar sus errores y dejar que rectifiquen. Normalmente invito a los padres a que se alíen para observar sin intervenir y a disculparse en el caso de que sus hijos reaccionen aireados por sus boicots. Así mismo les enseño a poner en práctica una conjura del silencio respecto a la tendencia de hablar en exceso de las preocupaciones de sus hijos, animándoles a recuperar la vida de pareja que ha quedado relegada a un segundo plano ante el protagonismo del hijo.

Poner en práctica estas tareas normalmente genera ansiedad en los padres que llevan tanto tiempo con el rol de protectores, por lo que será crucial aprender a manejar las emociones, como el miedo a que sus hijos no sean capaces de sacarse las castañas del fuego.

Con las mejores intenciones se obtienen, la mayoría de las veces, los peores resultados. Oscar Wilde.

 

 

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